viernes, julio 31, 2009

Sombras

Es tanto el dolor
Es tanto el dolor
Que en medio de las sombras me río

Me río de mí, me río de tí
De la existencia que no se cansa de ahogarme
De este frío, del miedo, del vacío

Es tanto el dolor
Que siento la vida deslizarse más que nunca
Y aunque solo camino por la ruta de la tristeza y el desvelo
Me lleno de coraje
Pues persigo el abismo de mi siguiente derrota

martes, junio 23, 2009

Razones

Porque cuando te miro el tiempo sencillamente se desvanece frente a mi,
Porque cada vez que te descubro las nostalgias me abandonan,
Porque cuando por fin te tengo, tu calor me conmueve hasta quedarse.

Porque cuando estoy contigo, me ofrezco como si nada y tus besos se quedan en mi aliento,
Porque cada caricia tuya es un prodigio que para mi se realiza,
Porque tan solo de escucharte vive mi esperanza.

Porque no consigo explicar todo lo que significas.

Porque no puedo
Y porque no quieres

Porque estamos lejos
Y porque te detienes

Porque desespero

miércoles, noviembre 01, 2006

Siete dias en el Cabo de la Vela















Después de siete años de matrimonio, cuando yo seguía esperando esa luna de miel tan anhelada –que por cosas de la vida no se dio en su momento–, un buen plan turístico "cuatro noches cinco días", hotelito cinco estrellas con playa privada, champagne al lado del mar durante el atardecer, Spa en las mañanas... a mi marido se le ocurre invitarme, nada más ni nada menos que... al ¡Cabo de la Vela en la Guajira! ¿Ocho días en el Cabo de la Vela? Pregunté. ¿Y es que acaso allá hay Spas?

Yo trataba de mirar a todos lados como tratando de encontrar alguna frase o algún comentario que por fin hiciera que aquel chiste o especie de broma terminara... pero al final solo pude decir: ¿Es en serio? para escuchar un: "¡POR SUPUESTO!" que remató en: "¿No te parece buenísimo?" "Por fin tu y yo juntos en un sitio ¡paradisíaco! Solos, en pleno desierto, durmiendo a la intemperie, junto al mar... Lejos de los típicos plancitos con recreadores incluidos, aglomeraciones antipáticas y ese maldito reggaeton por todos lados... Te invito a un lugar donde todas las experiencias van a ser totalmente nuevas para los dos y en donde tan solo los cantos de los pájaros y el sonido del mar será lo que escucharemos... ¿Qué te parece? ¡El verdadero descanso! Ahora no me digas que no te parece buenísima la idea... ¿Acaso no te vives quejando de que nunca salimos? Pues bien, ¡ésta es nuestra oportunidad! Luego no me andes reprochando que no tengo buenas iniciativas..."

¿Qué pude decir...? No, no, no... Si me parece buenísimo... pues entonces... me avisas cuando todo esté arreglado... Y desde ahí, empezar a rezar para que por cualquier motivo el dichoso paseito se embolatara... Quince días después, sin embargo, un domingo a las 10:15 a.m salía el avión del aeropuerto "El Dorado" rumbo al "Almirante Padilla" en Riohacha.

Allí nos estaría esperando una camioneta 4x4 para llevarnos a la ranchería de Conchita en el Cabo. Esas eran las únicas instrucciones que teníamos desde Bogotá. A mi más que angustia me daba terror tan novedosa experiencia. Porque además de todo, cinco días antes del viaje, había llegado a mi cuenta de e-mail una carta que aunque por una parte me felicitaba por haberme decidido a emprender tan maravillosa aventura, por otra, me advertía que era muy importante llevar cobijas para el fuerte frío de las noches, una licra para las aguamalas, una cuerda para extender la ropa, una buena linterna, algunos alimentos para tener de reserva y medicinas… ¿ ?

A las 9:50 a.m a punto de abordar, desganada, pálida y con el estómago totalmente revuelto por los nervios... a mi marido le retuvieron la maleta de mano. No hubo manera de que lo dejaran pasar a la sala de abordaje sin sacar esa navaja multifuncional que yo le había rogado en la casa que empacara... porque uno nunca sabe... se podría necesitar para cualquier cosa. Así que entre "sube y baje" a ver si todavía había tiempo para mandar la maleta por carga, ¡nos dejó el avión!

Bueno, una noche más en casa gracias a Dios! Por lo menos contaba con otro día de comida, ducha y una buena cama para dormir. Ya después sería otra cosa...
Finalmente llegamos a Riohacha a medio día del lunes, y efectivamente, una camioneta negra de vidrios polarizados estaba esperándonos. El chofer nos acompañó a comprar algunos enlatados, elementos de aseo y bastante agua (que yo insistí en llevar). También nos recomendó llevar unos zapatos especiales de playa, unas botellitas de Wiskey para las noches y un pollo asado para el camino.

El recorrido duró cuatro horas y media. Gran parte del camino fue sobre carretera pavimentada que sigue la ruta del ferrocarril que transporta el carbón proveniente del Cerrejón. Otro tanto, solo desierto por donde cualquier persona podría perderse por completo porque no hay camino alguno que sirva de guía y finalmente, un laberinto (pura trocha) donde solo camperos como el nuestro podrían salir abantes.

A medida que nos íbamos acercando y empecé a ver las distintas rancherías yo sólo deseaba para mis adentros… "que aquí no sea... por favor, que ésta no sea..." Pues todas las veía muy austeras, muy solitarias, muy primitivas por decirlo de alguna manera. Pero finalmente, como a las 4:00 pm llegamos a la famosa Ranchería de Conchita. Una ranchería igual a las anteriores que habíamos pasado pero aún más lejana. Cuando el carro paró yo sólo respiré profundo y me dije: "Ayúdame Dios mío a pasar de ésta con éxito."

Ahí mismo salieron los amigos que nos esperaban y que llevaban algo más de un mes en tan impactante lugar. ¿Cómo? No sé. Por demás, los ví realmente contentos. Estaban eso sí, prácticamente mimetizados con el paisaje. Juan Carlos el amigo de mi marido y aquella mente creadora de todo ésto, salió con los brazos abiertos y una amplia sonrisa a recibirnos. Sin embargo, yo solo ví que estaba sin camisa, muy moreno por el sol y con una barba que no le había visto antes.

Yo les ofrecí parte del pollo que nos había sobrado del camino, pensando que iba a ser algo menos que un manjar estando bajo tales condiciones por tanto tiempo. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando me lo despreciaron todos al unísono. Acababan de almorzar y estaban llenos. Bueno, después de todo, el panorama no se veía tan desalentador…

Esa tarde a la hora del atardecer quisieron ellos que camináramos hasta el monte Kai-Kachi (Sol y Luna) hasta que oscureciera del todo. No hacía frío, tampoco calor, pero entre más subíamos el viento era más y más fuerte. En un momento, estaba yo en medio de la nada viendo a lo lejos tan solo pequeñitos puntos de luz (las luces de las rancherías) con un mar tenue de fondo. Un cielo gris oscuro que se confundía con el suelo me envolvía y como mecida por el viento, me encontraba en una atmósfera que me hacía olvidar toda la desconfianza que traía conmigo y me hacía flotar por el horizonte. Por primera vez sentí que valía la pena estar en ese lugar.

En cuestión de diez minutos se oscureció por completo e iluminados por las linternas, llegamos a una tienda en la ranchería de Uttha. Era una tiendita como todas las que uno conoce, pero más bonita. Tenía de todo un poco. Comestibles, gaseosa, cerveza, wiskey, remedios; incluso, artesanías e indumentaria Wayuu.
Al ver esta tiendita, más que aliviada, me sentí feliz.

Ahí nos estuvimos buen rato hablando del viaje y riéndonos de la anécdota de la navaja mientras nos tomábamos unas cervezas. Luego, por un costado de la tienda, entramos a un comedor de paredes todas hechas de Yotojoro –que es la parte interna del cactus que tiene la consistencia de la madera y que a simple vista parece guadua–, enredaderas y matas por doquier y un piso de arena húmeda impecable. Había unas cinco mesas pequeñas alrededor con manteles azules oscuros y una grande y central, que fue la que ocupamos nosotros todo el tiempo. Al cerrar la tarde, me sirvieron un cóctel de camarones tal, que hasta el momento, es el mejor que he probado.

Ya a media noche, luego de algunos acordes bluseros de guitarra y charla pausada, me fui durmiendo en mi hamaca que colgaba en el medio de la de Carlos y Alejandro. Yo estaba vestida hasta con buzo y medias, entre un sleeping que me prestaron. El mar estaba a no más de diez metros de distancia, el viento soplaba tranquilo dentro de nuestro techado, y el cielo que se alcanzaba a ver a lo lejos era un velo oscuro lleno de puntos resplandecientes, que de un momento a otro, salían corriendo unos de detrás de otros. Nos iluminaban dos velas metidas entre una garrafa plástica con arena, y que nos servía de lámpara a la perfección.

Unos días fueron de horas de estricta práctica de windsurf; en donde luego de caerme unas doscientas veces de la tabla, por fin pude sostenerme por un tiempo lo suficientemente prolongado y de avance rápido, hasta llegar a girar la tabla hacia el punto de partida sabiendo bien torear la vela. Tal cual me lo enseñó el “teacher”, quien me motivaba una y otra vez diciéndome que ya estaba superando el nivel de principiantes. Lo demás era practicar y practicar para volverme “una dura”. La verdad, sus palabras me llenaron de orgullo porque siendo yo negada para los deportes, me sentía toda una diosa parada en esa tabla y él me lo reconocía.

Otros, fueron de caminatas interminables que tocaba empezar desde bien temprano para que el sol del medio día no nos alcanzara. Así conocí el famoso Pilón. Un monte con forma de pilón de azúcar al que al parecer es de visita obligada. Según me di cuenta, todos temían por mi desempeño en la caminata, porque cuando no era el uno, era el otro el que se me acercaba a preguntarme cómo iba…Pero yo, aunque atrás de todos, caminaba sin esfuerzo y a medida que avanzábamos, más me sumergía en el paisaje que era interminable ante mis ojos. Cielo, mar, arena y roca se confundían frente a mí y me quedaba por momentos perpleja frente a ellos, viendo cómo casi se derretían unos con otros.

Los últimos momentos fueron difíciles, realmente creí desfallecer de cansancio. Pero al fin llegamos a unas playas deliciosas, enmarcadas en roca y de olas gigantes. No había olas en nuestra playa, así que me emocioné mucho con éstas. Me sentí tan contenta y maravillada por todo, que corrí a desvestirme para ponerme un bikini, sin importarme nada. Pero una vez en el mar, llegaron tras de mí tres olas tan fuertes… que me tumbaron y me revolcaron hasta llevarme a la playa; ahí sí, sin la mitad de mi vestido de baño y frente a todos. Cuando me levanté, solo pude oír las carcajadas y desahogar la mía propia. En ese momento me sentí de tres o cuatro años y me encontraba ¡absolutamente feliz!

En las tardes descansábamos tirados en las hamacas apenas pudiendo respirar de la cantidad de comida que nos servían al almuerzo. Probamos las mejores Mojarras, Pargos Rojos, Langostas, y diferentes tipos de mariscos… Comida de mar que nunca preferí y que ahora menos que nunca, pido en restaurantes. Pues toda me sabe insípida, junto a ésta siempre recién pescada, preparada con tiempo y de tan deliciosa receta. Incluso algunas noches, no podía resistirme y pedía un arroz de camarones que aún se aparece en mis sueños. Igual de dorado, de encebollado… lo mismo de delicioso y de humeante.

Las noches siempre de velas, siempre de charla, acompañados por guitarras y canciones acompasadas de los Rolling Stones, pasando por el Blues de Lightning Hopkins, las clásicas de Bob Dylan y algunas de Johnny Cash; llenaban mi espíritu de armonía, tranquilidad y cierto sentido de atemporalidad.

Fueron siete días y seis noches en donde pude descubrir un poco más de mi misma. En medio de una cúpula colmada de estrellas que era nuestro cielo cada noche, pude ver claramente todo lo que hasta ahora he construido de mi vida y sentir a todas las personas que me han acompañado. Como nunca antes, le pude agradecer a Dios por todo ésto y más.

Ya he regresado. Ya no tengo que preocuparme si tendré frío en la noche, o si algún insecto raro se me aparecerá en cualquier momento. Igual, no valió la pena penar por ésto, porque sencillamente no me sucedió nunca. No faltó algún penoso incidente claro. A Juanita –la esposa de Juan Carlos– la picó una raya y tuvo que ir de urgencia al primer centro de salud que hubiera para que le bajaran la fiebre y le cortaran el efecto del veneno. Fiebre y dolor que ella disimulaba frente a mí, para que yo no cayera en pánico. A Carlos, mi esposo una estampida de viento con arena le rayó uno de sus lentes de contacto ocasionándole una pequeña lesión en la córnea y tuvo que usar un parche improvisado por dos días. Sin embargo, unas horas después ya estaba Juanita de nuevo subida en su tabla de windsurf feliz con su perro Labrador Retriever que navega junto a ella; y Carlos, ahora ostenta con orgullo su nuevo apodo de “Blind Charlie King”.

Tal fue mi vida en aquellos días de julio. Experiencias maravillosas que llevaré tatuadas en mi alma para siempre y que ahora confieso frente a ustedes. Por supuesto que para mi marido, las cosas no son tan fáciles. Lo tengo convencido de que esos siete días en la Guajira fueron de gran esfuerzo para mí, y que la próxima vez que quiera “sorprenderme” sí le va a tocar bajarse de un plancito ya no cuatro noches cinco días como modestamente le pedía antes; sino por lo menos, de unos quince días en algún yate o algo parecido. Pues como él ha de seguir creyendo, ante tanto esfuerzo y abnegación de mi parte, ahora es mi turno de escoger hasta el último detalle de como van a ser nuestras próximas vacaciones!

Tan sólo un Instante

Era un solo momento, un solo segundo, un solo instante el que te pedía…

Que me sostuvieras entre tus brazos más de dos segundos y que me besaras sin mirar atrás.

Era que estuviéramos los dos, era que nos olvidáramos de todo. Que te olvidaras de ti y que yo dejara caer mi vida entre las manos…

Yo te quería y ya, sin pensar en nada más. Era lo que pedía de mil maneras, disfrazando un sin fin de razones sin sentido.

Yo quería volar, poderme morir en un instante y sentir que había valido la pena. Pretendía amarte sin medida y sin responsabilidad. Quería volver a nacer para ti.

Noches y noches de desvelo. Viviendo más de fantasías que de verdades ineludibles…

Y aquí estoy ahora. Mirándote para saber que nunca será. Que nunca me amarás como en mis sueños. Que ya no hay más oportunidades para mí.

Pudo haber sido, pudo haber sucedido, pude haberte tenido…

Pero como todo… ya lo verás… Yo también atravieso éste umbral. Ya no fui tuya, ya no fuiste mío.

En mi imaginación quedarán todos los caminos que construí para encontrarme contigo. Donde te veía y reíamos sin cansancio. Tan solo en mis sueños quedará tu olor y mi deseo.

Adiós amor mío. No te imaginas cuánto te he querido en silencio...

Al igual que tu, creo que lo mejor es que te olvides de mí. De esta parte mía que ha necesitado de ti alguna vez... tampoco sientas culpa alguna o remordimiento, yo causé lo poco que hubo.

Mi vida continúa su camino indeleble y no pretendo tampoco dar marcha atrás de lo que he construido.

Era un solo momento, era un solo segundo, un solo instante el que te pedía...

martes, julio 19, 2005

Los Treintas


Este año cumplo los 30 y aunque todavía faltan algunos meses, ando planeando mi cumpleaños como si ya fuera mañana. Y es que para mi cumplir años es una gran celebración, y además que sean 30 es una maravilla!!! Ya pasé por la desgracia de la adolescencia, ya el término "oso" salió de mi vocabulario y de mi vida, ya no ando en busca del "amor de mi vida" en cualquier fiesta o reunión, y ya no me importa si caigo bien o mal. A mis treinta ya soy la que soy, y precisamente lo que más me gusta de mi, son mas bien, mis vulnerabilidades. Ya no me interesa demostrar que sé o que puedo, simplemente, soy lo que soy para bien o para mal.

Lo único que me aburre de llegar a los treinta, es la gente de treinta. La gente de mi edad es gente basicamente, aburrida. Gente que ya no se emociona, que ya no grita, que ya no aplaude, que ya no se sacude. Son personas de treinta que ya celebran sus cumpleaños con la familia y aquellos amigos más cercanos... Sentados en un sillón y hablando pausadamente de la situción del país y de lo que le espera a nuestros hijos mientras baten y baten ese vaso de whiskey que tienen en la mano. Amigas de treinta que ya solo me invitan a tomarme un café con ellas al rematar la tarde después de salir de la oficina, para charlar de lo que hicieron en el club el domingo pasado, mientras me invitan con mi esposo y mi hija a la piscina del mismo el próximo domingo "porque entre más chiquitos se lleven a los niños a nadar, mejor"... de lo malas que salen las muchachas del servicio ultimamente, o de la pésima relación que podemos alcanzar con las suegras...

Si, definitivamente, lo único jarto de tener treinta es la gente de treinta que lo empieza a rodear a uno. ¿Dónde quedaron las amanecidas en las rumbas en la casa del anfitrión de la fiesta? ¿Dónde los paseos de tres días acampando con los amigos con mas trago en el baúl que comida? ¿Dónde las salidas con las amigas al sitio de moda para contar los chismes del día mientras uno hecha un vistazo al papacito que va pasando? ¿Dónde quedan las filas de los conciertos, el tener que ahorrar para comprarse el álbum de la última gira de los Stones o tener que ahorrar aún más para mejorar el radio del carro y poder oírlo a todo volumen sin que distorcione? ¿Dónque queda la sal de la vida cuándo uno llega a los treinta?

Para la mayoría, no sé. Lo que sí sé, es que por mi parte los voy a disfrutar al máximo. Con la belleza de los 30 que ya se me nota en la expresión, con la tranquilidad de tener a mi lado a la persona que amo, de poder acostar cada noche en el cuarto de al lado a una bebé preciosa que se ríe como loca con cualquier pendejada que hago, y de ya poder llevar siempre en el bolsillo unos pesitos para gastar en lo que quiera sin tener que rendirle cuentas a nadie... con todo eso y más, creo que es el mejor momento para disfrutar de la vida, antes que de verdad se le vaya yendo a uno la fortaleza de los 20's.